Viaje de riesgo por una incierta mejora vital
María, 32 años, procedente de Huelva y residente en Madrid, donde trabaja en el área de la comunicación y el marketing digital.
Youssef, 22 años, nacido en Marrakech y residente en Barcelona, donde trabaja en el sector de la jardinería.
Puede parecer la descripción de jóvenes diferentes que han querido apostar por su futuro laboral y su desarrollo personal en una ciudad distinta a la que los vio nacer.
Claro que, cada persona en el mundo es única y tiene razones diferentes que la motiva a tomar sus decisiones.
¿Quieres conocer las de Youssef? Te aseguramos que su historia no te va a dejar indiferente y que su agradable sonrisa es el espejo de su alma llena de bondad y alegría, pero su mérito para mantener esta actitud es doble, porque su apuesta de vida no fue nada sencilla.
Adolescencia frustrada
María es periodista, vivió con su familia, estudió su carrera en una ciudad distinta a la suya, con los recursos económicos de su madre, fundamentalmente, quizás algún puesto de trabajo secundario que le aportaba un poco de dinero propio para sus “caprichos”, pues todos tenemos derecho a ciertos homenajes de cuando en cuando para recompensar nuestros esfuerzos en el mundo, ¿verdad? Máxime en la edad adolescente, etapa delicada en la que la mayoría de las personas necesitan el contacto social para alcanzar un correcto desarrollo evolutivo. Y es que, tal y como se asegura desde Psicoarganzuela, “dos de las prioridades de los adolescentes en esta etapa de su desarrollo son la necesidad de sentirse reconocidos y la de sentirse integrados dentro de un grupo. Si no lo consiguen, esto puede influir en su autoestima y generar un malestar emocional que puede derivar en otro tipo de dificultades como depresión, aislamiento, adicciones, trastornos de ansiedad. Por eso es necesario que cuenten con recursos suficientes para que puedan desenvolverse en el mundo de lo social.”
Es natural pensar esto en determinados momentos si se tiene una realidad que permita a las personas que puedan crecer sin que nada ni nadie les corte las alas. De hecho, hay muchos adolescentes que se han desarrollado en España en familias y contextos muy sanos, que les han aportado numerosas facilidades para su crecimiento moral, emocional y profesional.
Ante esto, Youssef, con 16 años y desde Marrakech, su ciudad natal, se preguntaba: “¿Por qué no voy a cambiar mi vida e ir a otro país a conocer un poco el mundo?”. Y desde aquel momento, comenzó a buscar modos para venir hasta España.
Él en Marruecos tenía una familia, una casa humilde y un trabajo con el que podía mantenerse y ayudar en su hogar. “Yo estaba muy bien hasta que vi a un amigo de mi tío que se iba a España y esto me cambió la manera de ver mi vida”. Youssef era un adolescente que quería aspirar a más y pedía, simplemente, aquello de lo que en multitud de ocasiones se quejan los niños y niñas españoles: poder estudiar.
“Yo sólo trabajaba con mi padre en el campo y estaba cansado de vivir todos los días la misma vida de pueblo en la que sentía que todo el mundo me vigilaba. No era posible hacer nada fuera de lo que creían normal”. Y, según entendemos de sus palabras, lo que en su pueblo consideraban natural era única y exclusivamente el camino de la rectitud extrema, trabajar, ayudar a la familia y no ambicionar nada más, a cambio de estar tranquilos y tener una vida decente, aunque humilde. Algo con lo que a algunos seres humanos les es posible conformarse, pero seguramente no a un chico de 16 años que necesita vivir y experimentar.
Cambio de rumbo
Youssef descubrió, pues, a un amigo de su tío que, según parecía, sabía cómo salir de su país. El joven insistió para que su tío lo ayudase, pero éste le indicó que no quería contribuir a fomentar una situación que podía ponerlo en peligro, por lo que se limitó a darle el número de teléfono del chico en cuestión, con la condición de que comentara la situación con su familia antes de hacer nada. Ante ello, Youssef, protagonista de la que es toda una historia de superación, fue obediente, aunque temía la respuesta negativa de sus padres. Para su sorpresa, sus padres permitieron que comprobase por sí mismo que no podría marcharse de Marruecos, ya que, según narra el joven, es algo extremadamente arriesgado. “Ellos pensaban que esto era una broma, que sólo iría a una ciudad a pasar una semana y volvería otra vez”, asegura Youssef. El muchacho, en quien imperaba la necesidad de progreso, llamó al chico que suponía que sería de ayuda para huir y, pocos días después, se vio montado en una patera, junto a algunos de sus amigos, los cuales, al conocer la historia del joven, quisieron imitar su comportamiento e intentar cambiar su rumbo de vida junto a él.
Primeros sustos y piedras en el camino
El día en el que el chico que coordinaba el viaje en patera lo llamó por teléfono para avisarlo de que había llegado el momento de embarcar, algo no salió demasiado bien, según explica Youssef, pues “estábamos esperando 35 personas para montar en la patera, pero nos dimos cuenta de que tenía un agujero, por lo que muchas tuvieron miedo y no quisieron subir”. Entre las personas que se paralizaron por el pánico, estaba uno de sus amigos, que se quedó en el embarcadero. Finalmente, según explica el joven, aún con incredulidad, “subimos sólo ocho personas a una patera con un agujero y el conductor olvidó las llaves de la bujía del motor. Otro hombre se las dio a mi amigo, el que no había querido subir, y él, en vez de dárselas al conductor, las tiró al mar”. Actualmente, Youssef sigue sin comprender por qué este chico pudo haber hecho esto. “No entiendo, quizás quería matarnos”, dice siendo capaz de sacar la sonrisa que lo caracteriza, ahora rememorando su historia seis años después de lo sucedido.
Así, y por más increíble que pueda parecer, emprendieron el viaje sin llaves, hasta que el motor paró y, en ese momento, tal y como relata Youssef, la mayoría de los chicos que viajaban, todos hombres, comenzaron a sentirse muy mal, “no paraban de vomitar y quedaron como muertos y sólo el conductor, otra persona y yo seguíamos bien y no podíamos parar de sacar agua de la patera”. Estaban ya exhaustos cuando, de repente, apareció la policía marítima con un barco enorme, según describe el protagonista de nuestra historia, y ellos, tal y como él afirma, con sus ojos bien abiertos, tenían una patera muy pequeña “y no paraba de hacer así”, expresa Youssef gesticulando con las manos, simulando un movimiento ondeante exagerado. Faltó muy poco para que la patera entrase debajo de la gran embarcación policial. “Casi morimos ahí”, cuenta el chico con una sonrisa de manifiesto agradecimiento.
Tras el dramático suceso, pasaron tres días en comisaría, “y no fueron nada buenos, considerando que todos, excepto el conductor y el chico que llevaba el GPS, éramos menores de edad”. Youssef pidió que no fuese a buscarlo su padre, ya que podía quedar arrestado, debido a que entenderían que había permitido que su hijo, menor de edad, se embarcara en una patera. Finalmente, fue a buscarlo su tío, quien consiguió sacarlo de prisión y pudo regresar a su pueblo. No obstante, muy al contrario de lo que pueda imaginarse, ese susto no ahogó en el ancho mar ni a él ni a sus ganas de intentar desarrollarse, a toda cosa, en otro sitio.
Momentos de desesperación
Al regresar a su pueblo, Youssef, según cuenta, perdió los estribos. “Me volví loco porque quería y necesitaba irme y parecía que no había manera”. Reconoce que tuvo mucho miedo en diversos instantes, pero, hubo algo que reforzó aún más en él la idea de querer marcharse. Y es que algunos de sus amigos del pueblo le dijeron que no podría irse nunca. “Tú nunca tendrás suerte y te quedarás aquí siempre”, una frase hiriente, según explica el chico, que, lejos de apocarlo, hizo que saltara como un resorte de nuevo.
De este modo, días después, pudo saber, gracias a otro de sus amigos, que había una forma diferente de huir, yendo a Libia y, posteriormente, a Italia, siendo este último el tercer destino más frecuente para migrantes procedentes de Marruecos, quienes viajan, según el diario Expansión, principalmente a Francia, donde en el año 2019 llegaba el 32,53%; seguido de lejos por España, el 22,70%; e Italia, el 14,37%. Todo ello, teniendo en cuenta que, tal y como publica la ONU, Marruecos tenía 2.898.721 emigrantes (el 8,60% de su población) en el año 2017, momento en el que Youssef decidió iniciar la gran aventura para cambiar su vida sin saber realmente cuál sería su destino final.
El muchacho tenía miedo, sus padres no lo dejaban marchar y su amigo le confesó que él sí marcharía ya a Libia. El joven luchador se sentía oprimido y presionado, no sabía qué hacer. Ante ello, pidió a su amigo que, por favor, lo avisase si él terminaba su huida a salvo. Y así fue. Llegó hasta Guetaria (Guipúzcoa) en poco menos de 15 días. Esta noticia fue el mayor estimulante para Youssef, quien, dadas sus ansias de conocer otro mundo diferente y la nueva negativa de sus padres, que le dijeron que estaba loco si pensaba que saldría de Marruecos, él comenzó a molestar a su familia en casa cada día, llegando al punto de romper cosas. El joven estaba muy nervioso y, tal y como narra, necesitaba cumplir su objetivo y, por ello, a pesar de todo el amor que sentía y siente por sus padres, no podía parar de comportarse de ese modo. “Yo a veces rompía cosas en casa y salía a la calle, me ponía a llorar y me preguntaba, ¿por qué le hago esto a mis padres?”
Así estuvo el joven durante dos meses junto a sus progenitores. “Llegué incluso a fumar y mi padre habló muy seriamente conmigo y me dijo que él podía hacer por mí lo que necesitara para que me quedara a su lado, pero yo le expliqué que yo lo que necesitaba era salir a conocer otro mundo, otras oportunidades”. Sus padres temían que, si lo retenían en contra de su voluntad, sólo iban a conseguir que Yousseff acabara eligiendo un muy mal camino en su vida. El chico les hizo entender que necesitaba salir del país, ver otras cosas, progresar y estudiar, para poder ayudarlos a ellos aún de un mejor modo.
“Yo siempre fui un buen chico y todo el mundo me quería en mi pueblo; siempre ayudaba a personas mayores a llevar las bolsas de la compra si lo necesitaban y era una persona noble y me conformaba con todo, pero cuando llegamos a los 15 o 16 años, ya sabes cómo cambiamos”, afirma el chico con una sonrisa simpática dibujada en su cara. Desde luego, él necesitaba algo más, requería llegar a un lugar que, aunque incierto, le permitiese desarrollarse y terminar de definir su personalidad, rodeado de adolescentes que tuviesen el mismo anhelo. Youssef viajaba en busca de su YO adulto, una persona de provecho que alcanzase las metas que eligiese él mismo, sin tantas limitaciones impuestas socialmente a su alrededor.
Determinación
Y así fue como el joven tuvo más claro que nunca que iniciaría su recorrido hacia su propio progreso. Primero marcharía a Libia, posteriormente a Italia y Francia, hasta llegar a Barcelona. Allí, según nos cuenta Pilar, la trabajadora social que ha vivido su historia desde entonces en primera persona y lo ha acompañado en todo el proceso, “tuvo acceso a un centro de acogida, desde donde fue derivado, posteriormente, a pisos tutelados para chicos jóvenes menores de 21 años”. Y es ahora, en el año 2022, cuando, tras haber vivido incluso una pandemia con sus compañeros del piso tutelado, ya dispone de una independencia económica enormemente merecida y más que bien trabajada, por lo que ha decidido marcharse a un piso de alquiler con uno o dos amigos. No obstante, para llegar hasta aquí, tuvo que superar muchos desafíos.
“Primero me compré un billete de avión para ir a Argelia, porque no se puede ir directamente volando hasta Libia, debido a la guerra que existe allí. Y entonces me fui al aeropuerto de Casablanca, –Aeropuerto Internacional Mohammed V- para embarcar en mi avión, junto con dos hombres con los que iba a hacer el viaje”. Al llegar allí comenzaron las complicaciones, pues le pidieron muchas explicaciones, dada su minoría de edad. Entonces él indicó que viajaba con dos hombres más mayores y, tras superar infinitas preguntas, consiguieron montar en el avión.
Momentos de gran tensión
La bienvenida en Argelia tampoco fue mucho más sencilla ni agradable, ya que, según cuenta el chico, allí no lo dejaban hospedarse en ningún hotel por ser menor de edad y no ir acompañado por adultos de su familia.
Fueron muchas las vueltas que tuvieron que dar hasta conseguir alojarse en un hotel argelino. Y, tras la primera noche, los llamó por teléfono la persona que coordinaba el proyecto del viaje de huida que habían emprendido. Este hombre les indicó que iría a recogerlos un taxi al día siguiente para llegar a la frontera entre Argelia y Túnez. “Recordad llevar provisiones de comida, porque vais a pasar allí mucho rato”, asevera Yousseff con mucha rotundidad, reproduciendo las palabras del coordinador del proyecto que les iba dando las instrucciones de sus próximos movimientos.
“El taxi rodaba por carreteras que atravesaban el desierto y nos llevaba a un pueblo donde nos esperaría otro hombre que sería quien nos ayudaría a cruzar la frontera y ahí empezaría la locura”. Así comienza el joven a explicarnos que, al bajar del taxi en el pueblo en el que los iba a recoger el hombre, supuestamente para ayudarlos a cruzar la frontera, montaron en el coche de esa persona en cuestión. La sorpresa fue que no podía llevarlos a dar el siguiente paso hasta el día siguiente y, mientras esperaban el momento oportuno, los dejó en mitad del desierto, junto a varios camellos. “No teníamos más agua y uno de los chicos casi muere de sed”, cuenta Yousseff con preocupación. El hombre que ahora se encargaba de ellos, y de la suerte que correrían posteriormente, no apareció hasta el día siguiente a las cuatro de la tarde. Les llevó comida y agua y les indicó que pasaría a buscarlos entre las diez y las doce de la noche para cruzar por fin la frontera y fue en ese momento cuando el chico cuenta que tuvo verdadero miedo. “Ahí empecé a pensar en que con mi pasaporte sólo tenía permitido estar en Argelia, pero, en el momento en el que saliera de allí, empezaría la película porque los militares podían matarme con armas por no tener el permiso para estar en esa zona”.
Su viaje al mundo mejor, aunque incierto, que él esperaba encontrar no había hecho más que empezar y Youssef estaba experimentando la más intensa sensación de miedo que había sentido jamás. Durante unos segundos, el tiempo posiblemente quedó suspendido unos instantes en la mente del protagonista de nuestra historia, de la cual, querido lector o lectora, acabas de ser partícipe sólo del comienzo.
Dentro de poco continuaremos el viaje de la mano de Youssef. ¿Nos acompañas?
- Artículo escrito por María Vélez Romero.
- Con la colaboración de:
Pilar Serrano en la producción.
Pablo Rincón en la fotografía.
María Campillo en el diseño web.